domingo, 14 de febrero de 2010

Día de los enamorados.

¿Cómo entrar a definir un día tan fluctuante y tan poco interesante?, para mí.
Este día me trae recuerdos de diferencias culturales donde hay días que valen mucho para una persona y bien poco para otras. Es quizá, el hecho de pensar que para mí cada día resulta un pequeño día de San Valentín, día para dar palabras de cariños, miradas llenas de ternura y la posibilidad de querer un poco más a la gente más cercana. Debo reconocer en ese aspecto siempre he tenido suerte, pues hay un grupo de personas maravillosas que siempre me acompañan. Con seres tan espectacularmente adorables, ¿cómo no sentirse en un San Valentín constante?

Suerte, suerte de gente hermosa, suerte de compañías preciosas. Suerte de la envidia que pueda tener la misma suerte de ser tan generosa conmigo. O simple coincidencia la que me llena de días plagados de personas como tú.

Feliz, siempre eterno, día de San Valentín.

martes, 9 de febrero de 2010

Extrañar.

Es una palabra que digo con bastante frecuencia. Casi tanta con la que denomino 'raro'
Esque, cuando uno es demasiado diferente a todo y (o) demasiado igual suele clasificar en una palabra esas cosas. A veces confunde, porque toman 'raro' como un adjetivo descalificativo... sólo por el hecho que raro les suena a desconocido y desconocido les suena a algo que se debe temer.
Pero no es así, en un momento de rareza el extrañarse de algo resulta algo intrigante, casi mágico.
Pero, no menos que extraño, porque esa palabra por lo general sucede luego de un te... y ahí ni Joyce me podría decir lo raro y lo poco descriptible que sería esa extrañeza. Porque esa si es fea, pero no descalificativa. Tampoco es tan fea, lo suficientemente fea para recordar que existes raramente en este mundo lleno de extrañeza.

Porque sabes bien que mi mundo es un cubículo limitado por esas mágicas alas que conozco por tus brazos. Y que toda rareza empieza y acaba cuando recibo uno de tus besos... uno, sólo uno.

Te extraño...

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Como un día de Agosto.

Leyendo algún cuestionario errante mi mente dejó que mi lado melancólico echase a correr por la realidad y de pronto, como hoy, se nubló y un fuerte viento sacudió mis pensamientos.
Aquel día, de adioses y lágrimas, de desdichas y rabietas yo había decidido no volver nunca a querer (o amar, o como quien quiera llamarlo, porque para mí lo que sentía no tenía nombre que diera la talla).
Qué era mi cuerpo sino un pedazo maltrecho de carne que sujetaba en el cuello una bufanda de tono gris. Qué era de mi alma desconsolada ante una avalancha de sensaciones contradictorias. En mi vida, en mi vida me había sentido tan perdido, tan desesperado, tan inhumanamente afectado por un hecho. No era el fin del mundo, precisamente. Pero de pronto me veía obligado a caer de lleno en el vaso medio lleno de la realidad, medio lleno y rebosante, exuberante en cosas que perdían todo matiz. Se volvían bufanda, se volvían gris. Cuánto pasó desde aquel día, ¿cuánto dolor? Porque el sufrimiento fue calculado y yo mismo me encargaba de hacerlo notar, con cada palpitar, con cada salida en el metro o con cada mirada parecida que se me cruzara.
...A esas alturas todo se me parecía. Todo se me hacía sabor de besos, sabor de caricías, todo era el sabor dulce de un suspiro que parecía huir con cada paso que daba.
Tan ciego era que no veía que esos suspiros no eran los que huían, era yo el que huía pavorido temiendo volver a sentirme así, lleno de todo. Porque sabía que con la misma y fría estadística de sentirme lleno, podía sentirme vacío.
Pero sentirme vacío era más sencillo, bastaba hacer lo que hice, bastaba hacer nada y de nada hacer poco.
Así, al mismo tiempo que mis sueños se hundían y mi cuerpo se estrellaba. En mi interior ardía una mezcla de sensaciones que ya no podían ser retenidas.

martes, 11 de noviembre de 2008

Lo [i]lógico.

Salir a la calle, escuchar pájaros mal sonantes y chocar con el abrasivo sol de verano. Coger el bus o simplemente caminar. Pasear por una ciudad que fue vaciada en días de antaño. Y los pájaros siguen ahí tan molestamente malsonantes. Miro uno pasar por arriba, para sorpresa un carroñero, para sorpresa, uno que ni suena. En silencio describe circunferencias imaginarias por el cielo y en ella enmarca las, pocas, nubes que sobrevivieron al corrosivo calor.

Llega el momento de parar, de ver la hora quizá. Que ya he llegado temprano a mi fin y no tendré más que esperar. Porque, eso es sencillo. Es como subir la escalera de una casa...


...de quinientos pisos.

lunes, 6 de octubre de 2008

Fragmento...

..."En un súbito arranque de ternura, la joven le seca las mejillas con las manos y lo besa suavemente en la boca, sólo rozándole los labios. Cuando vuelven a mirarse, todas las estrellas del cielo pampino parpadean diáfanas en los ojos sorprendidos de ambos. Es el primer beso de amor que ella regala y el primero que él recibe en su vida"...
Agradecimientos a Hernan Rivera, que me inspiro a la entrada.

En su minimalismo y en su generalización. Siempre dando clases de belleza...
Y luego, se preguntan por qué amar...

jueves, 4 de septiembre de 2008

Tinte en árbol.

Ahí es cuando la pluma se detuvo. La hoja echada en girones de tinta no comprendía por qué ese salino líquido le caía. Quería volar, quería ir al árbol y volver a su vida pasada. Más no podía.
Echada a la suerte de su narrador imploró clemencia. El no sentía, ya no.
Le tomó y en un último descontrol de emociones le arrugó y le aventó contra el basurero.
Ahí yacía yo. Arrugado, rallado y con lágrimas en mis manos... solo con la compañía de unas palabras. Unas en tinte negro, que me acompañarían hasta la muerte.

lunes, 25 de agosto de 2008

Oh melancolía

Me fastidia verte parecida a ella. Me llena de coraje compararte y ver en ti a otra persona, que si encuentro grata tu compañía no es porque eres tú. Sino porque me evocas a alguien.
Me molesta no tener el valor de asumir los errores y deambular huyendo constantemente entre el oriente y el occidente. Buscando respuestas que ya se respondieron y buscando donde ya no he encontrado.
Pero el viento me llevó lejos. Me llevó demasiado lejos y yo me dejé llevar a ojos cerrados por esa ráfaga que parecía grata. Parecía, porque nada se compara al calor del hogar, nada se compara al ... Aun así me siento demasiado protegido. Me da coraje no poder pararme y dar los pasos de vuelta, por miedo a ver que todo a cambiado obviamente. Por el miedo a ver que esos cambios te llevaron a nuevos horizontes, diferentes de los míos. Ver que creciste y ya no eres esa persona de antes y verme en el mismo espejo que nos vimos alguna vez y darme cuenta que no soy el de antes, desconocerme y aborrecerme. Verme marchito y lleno de cicatrices no curadas. Porque el orgullo me hizo caer, pero lo peor que me hizo fue no dejarme sanar. Vivió del dolor y se refujió en cada herida abriéndola aun más. Me alivió el dolor, lo sé. Pero ahora que se ha marchado me deja sangrando dolor a todas partes. Y el dolor es grande, demasiado grande. Pero no el suficiente para dar la cara y aceptar que ya no quiero seguir fallando. Porque en cada intento de bien hice dos de mal y por eso me arrepiento. Me arrepiento de tenerlos cerca y tenerte lejos. Me arrepiento de verme en un mundo flagelado por mis actos.
De la frágil porcelana que construía hice dagas que sirvieron para destruir. Muchos estarían feliz al darse cuenta que tuvieron el poder de cambiar cosas y que en la cobardía vieron poder.
Pero yo no, yo sólo me arrepiento. De todo el daño que causé...