jueves, 4 de septiembre de 2008

Tinte en árbol.

Ahí es cuando la pluma se detuvo. La hoja echada en girones de tinta no comprendía por qué ese salino líquido le caía. Quería volar, quería ir al árbol y volver a su vida pasada. Más no podía.
Echada a la suerte de su narrador imploró clemencia. El no sentía, ya no.
Le tomó y en un último descontrol de emociones le arrugó y le aventó contra el basurero.
Ahí yacía yo. Arrugado, rallado y con lágrimas en mis manos... solo con la compañía de unas palabras. Unas en tinte negro, que me acompañarían hasta la muerte.